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WABI SABI: un izakaya oculto en un rincón de Santiago

by junio 07, 2025


Entre calles que guardan historias de barrio y donde la vida cotidiana se mezcla con memoria popular, se esconde un rincón inesperado lejos de sectores gastronómicos de moda. No hay carteles ni luces llamativas, sólo una casa discreta con una terraza interior, perritos curiosos dando vueltas entre las mesas y un leve aroma a oriente flotando en el aire. Se llama Wabi Sabi y es mucho más que un restaurante.




Llegué a este pequeño izakaya gracias a la intuición y motivado por una publicación en redes sociales que, sin decir mucho, me dejó con la sensación de que ahí pasaba algo especial. Reservé para cuatro personas a través de un DM en instagram y días después me llegó un menú breve y concreto, que ya dejaba pistas de esta aventura culinaria. La dirección en cambio llegó un día antes, al más puro estilo de las cenas clandestinas.

Salí del metro, caminé un par de cuadras y me junté con unos amigos en la entrada del lugar. Nos recibió Pony, diseñadore de profesión y cocinere por amor al oficio, quien después de un viaje revelador a Japón decidió abrir este espacio cálido, seguro, queer, neurodivergente y pet-friendly.

El menú es dinámico y cambia cada cierto tiempo, pero hay una promesa que se mantiene: sorprender sin carne, sin culpas, y ser una cocina vegana con carácter. 

Empezamos con la BENTO BOX GINKO ($14.000), una bandeja con edamames al dente, gyosas rellenas de shiitake y tofu, baos esponjosos, y musubis de arroz blanco con yuba salteada o tofu sellado. Todo servido en silencio, como si Pony supiera que hay momentos en los que no hace falta decir nada.

 


Después vinieron los fondos. Pedimos el RAMEN ($7.000), con un caldo hecho a base de alga kombu, hongos shiitake, miso y soja, que envuelve el paladar y abriga el cuerpo con un perfil de sabor profundo y redondo. Fideos de trigo, tofu, verduras y setas salteadas le añadieron textura y emoción. A un costado, el UDON llegaba humeante, suave y generoso, con un caldo miso que se sentía como un abrazo.



Wabi Sabi no copia la cocina japonesa, la reinterpreta con respeto, delicadeza e identidad propia. Usando alga kombu y shiitake para su base de sabor, como un dashi muy umami pero vegetal, logra un parecido a esa cocina budista japonesa (shōjin ryōri) donde todo tiene un propósito. Acá no se copia, se honra con creatividad a ese Japón más íntimo, silencioso y ceremonial.

Para beber pedimos té verde helado de jazmín y kombucha de maqui, ambos aromáticos y frescos. Mientras que el té limpiaba el paladar, la kombucha despertaba los sentidos, estando ambos en sintonía con las propuestas del menú. 

En Japón los izakayas suelen ser ruidosos y alegres, con el alcohol marcando el ritmo y la comida acompañando. Acá la lógica se invierte. Las bebidas están al servicio de los platos, generando una experiencia más introspectiva que festiva, lo que permite comer con pausas y respirar distinto. 

El ambiente complementa este concepto, con farolitos pequeños que proyectan una luz suave, una especie de pop asiático melódico de fondo y una cocina abierta que permite ver cómo se preparan los platos.


Pasando una cortina hay una sala interior que se transforma en una pequeña tienda-galería con libros sobre cocina japonesa, mangas, figuritas de colección y algunos ingredientes para replicar en casa lo disfrutado en este espacio. Todo está dispuesto con cuidado, como si cada objeto contara una historia, porque nada en Wabi Sabi parece estar al azar.

 


En una ciudad donde muchos restaurantes compiten por destacar, este espacio elige susurrar, bajar el volumen, cultivar la calma y ser fiel a lo que cree: la comida puede ser una forma de cuidado, una herramienta de expresión y una manera de resistir sin alzar la voz

Aquí la cocina es honesta, hecha con cariño, y conectando parte de la cultura asiática con sensibilidades actuales, como el veganismo, la identidad, la comunidad y el arte. Su aporte está en conmover, cuidar y significar a través de la comida. 

Este no es un restaurante al que vas porque está de moda, es uno al que vuelves cuando necesitas respirar distinto, reencontrarte, compartir sin prisa o simplemente hacer una pausa. Y ahí, en ese gesto tan humano, se descubre su verdadero valor. 

La visita termina con la sensación de haber descubierto una experiencia auténtica, uno de esos secretos que aunque una parte de ti quisiera guardarlo, sabes que merece ser contado.



Si alguna vez necesitas una pausa en medio del ruido capitalino y un reencuentro con lo esencial, date la oportunidad de vivir esta experiencia pero no lo cuentes todo… Deja que cada persona la descubra a su ritmo porque algunos lugares no se revelan, se disfrutan.

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¡Nos vemos en la próxima mesa!


WABI SABI, Santiago (Chile).
Viernes, sábados y domingos 14:00 horas. Para conocer más visita su perfil de Instagram @wabisabi.cocina y reserva por DM.

VIÑEDOS DE ALCOHUAZ: una cata honesta entre cerros y estrellas

by mayo 28, 2025


En lo más alto del Valle del Elqui, donde la cordillera susurra y las estrellas parecen al alcance de la mano, se esconde un lugar donde la uva se convierte en poesía líquida.



Dejé atrás la brisa marina para adentrarme hacia las alturas del Valle del Elqui por la ruta 41 y a medida que el camino continuaba por quebradas silenciosas, el aire se cargaba de una energía sutil y casi mística. Al llegar a Alcohuaz, a más de 1.800 metros sobre el nivel del mar, cambia el paisaje y la forma en que se percibe el tiempo. 

Esa misma noche, rodeado de silencio y estrellas, me reuní con el equipo de Nómade Elqui en la sala de ventas de Viñedos de Alcohuaz para una travesía grupal astroturística de cuatro horas bajo uno de los cielos más limpios del planeta. A simple vista y con telescopios, observamos las constelaciones mientras escuchábamos relatos sobre sus nombres, mitos, y la conexión ancestral entre el ser humano y las estrellas. Fue una experiencia sensorial que me recordó la urgencia de proteger la oscuridad y pureza de este cielo frente a la amenaza creciente de la contaminación lumínica.


Recorrido por los viñedos.

Al mediodía siguiente, comenzó la verdadera razón de este viaje. Llegar a Viñedos de Alcohuaz es más que una simple visita, es peregrinar hacia lo esencial, porque aquí no se viene a entender con la cabeza sino a abrir los sentidos y dejarse llevar por el diálogo silencioso con la naturaleza. 

El camino se retuerce entre cerros ásperos, donde el sol cae con fuerza y el aire es puro. En lo más profundo del Valle del Elqui, comienzas a entender que todo en Alcohuaz tiene un propósito y una cuota de misterio. Fundado por la familia Flaño y guiado por la experiencia e intuición del enólogo Marcelo Retamal, este proyecto no busca impresionar con estructuras modernas ni grandes promesas, sino comunicar a través del lenguaje de su tierra y del tiempo.



Caminar entre estos viñedos es como entrar a un templo sin muros. Las parras crecen aferradas a terrazas que desafían la lógica, construyendo una identidad propia. No hay adornos ni arquitectura que robe protagonismo, todo está dispuesto para que el entorno hable por sí mismo. El granito del suelo, la luz de Los Andes y las marcadas diferencias de temperatura entre el día y la noche imprimen carácter en cada racimo, con una precisión que sólo la naturaleza comprende.

Rodrigo Moraga, nuestro guía y fundador de Elqui Adventures con quien comenzó este recorrido, caminaba sin apuro ni discursos ensayados. Nos detuvimos frente a una ladera para conversar sobre las particularidades del lugar que influyen en el crecimiento de los parrones y sus frutos. En esta viña se cultivan siete cepas tintas: Syrah (la variedad principal del proyecto), Petit Verdot, Petit Sirah, Malbec, Garnacha, Carignan (la más alta del planeta) y Touriga Nacional, además de dos cepas blancas de origen francés con las que se elabora vino naranjo: Marsanne y Roussanne. Todas forman parte de los vinos emblemáticos de esta viña, conocidos por su marcada expresión mineral, frescura y tensión. Estas características provienen tanto del clima de montaña como de una vinificación con mínima intervención.

 


Los factores que participan en el desarrollo de las parras son el agua proveniente de glaciares rocosos y el sustrato compuesto por vetas e intrusivos graníticos, junto a las condiciones de estrés propias de la altura y los microclimas del sector.

 


El resultado es excepcional: Viñedos de Alcohuaz alberga la bodega vitivinícola más alta de Chile. Aquí no hay ruido turístico, sólo el crujido de las piedras bajo los pies, el susurro del viento bajando por la montaña y esa poderosa sensación de estar presenciando algo que no necesita mayor explicación.


El ritual del vino.

Entramos al lagar, una pileta de roca donde Rodrigo nos detalló con calma las cuatro etapas esenciales del proceso.

Todo inicia con la cosecha y selección manual durante un mes, cuando las uvas alcanzan los veintitrés grados brix, indicador del nivel de azúcar que luego se transformará en alcohol. Una vez cosechadas con tallo o escobajo incluido, se depositan en el lagar para ser pisadas a pie y reposar dos días antes de que comience la fermentación. Durante este periodo se vuelven a pisar una vez al día, controlando que la temperatura no supere los treinta grados Celsius para proteger las levaduras naturales del efecto térmico.

 


Tras siete a diez días, se desagua el lagar dando paso a la segunda etapa. Un 90% del líquido se convierte en vino primario que se mezclará con otro 10% restante, más concentrado y extraído mediante prensa. Las mezclas, guiadas por protocolos y según el carácter del vino buscado, inician la tercera etapa: el proceso de maduración.

Salimos del lagar para ingresar a una cava de crianza con cubas de concreto y foudres de roble austriaco. El concreto, poroso y térmicamente estable, favorece una oxigenación controlada y evita teñir el vino.


En la parte superior de estos contenedores observamos el colmatore, una herramienta enológica de vidrio cuya función principal es verificar que la cuba se encuentra totalmente llena y con el sello de agua que impide el ingreso excesivo de oxígeno. Aquí no hay bombas, aditivos, ni filtraciones forzadas, todo fluye por gravedad, respetando el ritmo de la pendiente y dejando que el vino respire con calma el tiempo necesario.



La cuarta etapa es quizás la más insólita y espiritual: el embotellado y la guarda. Descendemos a treinta y tres metros bajo tierra, hasta una sala excavada en roca viva y diseñada con principios de geometría sagrada. La parte superior de esta “biblioteca enológica” tiene forma de ojo mientras que el piso es de gravilla de cuarzo, funcionando como un canal energético donde el vino se carga antes de salir al mundo.

 


Surgió una pregunta que se repite en cada uno de los tour que Rodrigo realiza: ¿Qué define a un buen vino?, y su respuesta siempre ha sido la misma: "Además del cariño y esmero de cada uno de los trabajadores hay un factor esencial e inevitable, una vida dura. El vino para ser grande necesita sufrir, pasar por la escasez, el estrés, la adversidad, enfrentarse a condiciones difíciles y superarlas. Los suelos pobres, la geografía abrupta y extrema de nuestra cordillera, el sol inclemente y las noches frías, lejos de ser obstáculos son ingredientes clave". Son precisamente estas condiciones las que generan una óptima concentración de taninos, otorgando a un vino la personalidad, el carácter y la capacidad de emocionar. 

El recorrido por estos viñedos resilientes terminó con una frase que resume la filosofía de lo que acabo de vivir: “En Alcohuaz queremos que el vino hable de este lugar, no de nosotros”. Rodrigo lo dijo con una mezcla de convicción y humildad que sólo tienen quienes han aprendido a escuchar más que a intervenir. Lo que se embotella aquí es una lectura honesta de la tierra, un vino que respira cordillera, sol y silencio.



Momento de la cata.

Nos dirigimos al siguiente paso de esta experiencia, una cata en una terraza abierta al valle junto a la sala de ventas del viñedo, para llevar al paladar todo lo que he visto antes. Sobre la mesa estaban dispuestas tres copas por persona, como estaciones de un viaje sensorial esperando ser descubiertas. Me sirvieron tres vinos que resumen la esencia de Viñedos de Alcohuaz: GRUS, TOCOCO y RHU, acompañados de queso de cabra madurado, nueces pecanas y láminas de salame.

 


Grus - 2022, en honor a la constelación austral de la grulla, fue el punto de partida: un tinto de Syrah y Petit Verdot o Malbec dependiendo del año, con cuerpo medio y expresión honesta. Sus notas de mora, pimienta y un leve ahumado recordaban el calor del suelo. Al maridarlo con queso de cabra adquirió otra dimensión y la acidez láctea potenció su mineralidad, dejando un eco prolongado en boca. Fue un vino amable, con alma y personalidad definida. 

Tococo - 2016, debe su nombre a un ave característica de este valle que prefiere caminar en vez de volar, es un Syrah cultivado a 1.788 metros de altitud. Sus taninos firmes, la acidez vibrante y una estructura sólida parecían hablar el lenguaje del granito. La dulzura de las nueces pecanas suavizó la entrada del vino, para luego revelar una profundidad inesperada. Un maridaje insólito y casi poético con un vino que pedía una mirada más atenta y que, aunque no se impuso, era persistente.

Rhu - 2019, palabra que evoca ese portal invisible entre lo divino y lo humano, cerró la secuencia con un ensamblaje de Syrah principalmente, además de Garnacha y Petit Sirah. Lo sentí como un vino complejo y especiado, con capas de fruta negra, hierbas secas y una clara mineralidad en cada sorbo, atravesando el paladar como una corriente subterránea. La grasa y el condimento del salame acentuaron la estructura del vino mientras la Garnacha aportó frescura y equilibrio. Sin duda, Rhu es un vino que habla de oficio y paciencia.

No fueron necesarias más explicaciones para esta cata honesta, en la que cada copa contó una historia y cada bocado respondió con otra. Fue una experiencia en la que además de brillar la técnica, lo hizo la sinceridad.


El alma del vino, esencia que deja huellas.

Cada botella de este viñedo encierra la energía del paisaje, del granito y de un cielo que abraza. No hay fórmulas ni artificios, sólo la tierra expresando su espiritualidad ancestral, esa que aún vibra en el corazón de este valle. Fue un encuentro íntimo con el paisaje, el silencio y la esencia misma de lo natural. Desde las terrazas de altura hasta la penumbra de la cava subterránea, todo invitó a contemplar y a reconectar con uno mismo, mientras que cada sorbo se sintió como un lenguaje invisible que emergió desde la tierra y ascendió hacia el cosmos.

En tiempos donde el vino suele perderse entre modas o marketing, Viñedos de Alcohuaz ofrece una verdad distinta: una experiencia de introspección y autenticidad. Esa noche de regreso a casa comprendí que este lugar no se visita, se habita... y que los vinos que realmente importan no se olvidan, permanecen.




¿Quieres vivir una experiencia enológica que te hable al alma tanto como al paladar?, Viñedos de Alcohuaz es el destino que necesitas si buscas una revelación.

Te recomiendo sumar a tu visita el tour astroturístico con “Nómade – El arte del cosmos” (@nomade_elqui), la experiencia guiada por el viñedo y la cata con “Elqui Adventures” (@elquiadventures), además de otras propuestas de turismo aventura personalizado. 


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¡Nos vemos en la próxima mesa!


VIÑEDOS DE ALCOHUAZ. Ruta D485, Alcohuaz – Valle del Elqui, Región de Coquimbo (a 3,5 kilómetros del pueblo de Horcón). Para conocer más visita su perfil de instagram @vinedosdealcohuaz y su sitio web www.vdalcohuaz.cl

LA TABLE DE COLETTE: la mesa sostenible que redefine la cocina en París

by mayo 16, 2025


Inspirado en el encuentro entre la tierra fértil y el mar mediterráneo francés, el chef Josselin Marie propuso en su restaurante La Table de Colette un viaje sensorial bajo el concepto de “Legumista y más allá, hasta quedar satisfecho" (Legumiste et davantage, jusqu´á plus faim). El nombre del menú es el mismo durante todo el año, ofreciendo versiones exclusivamente vegetales pero adaptándose a necesidades dietéticas y cambiando sus platos según productos de temporada. En esta oportunidad se traduce en sabores la esencia de un territorio diverso y generoso, donde la frescura marina se funde con la riqueza vegetal del huerto y la granja, dando vida a una cocina estacional, consciente, ecológica y profundamente conectada con su entorno.



París siempre ofrece una promesa: la de vivir con intensidad. Aunque caminar por sus calles cargadas de historia y aroma a croissant recién horneado, es en sí una experiencia, esta vez buscaba algo diferente. No quería sólo comer bien, porque eso aquí se da por hecho, sino encontrar un lugar que me mostrara otra cara de la ciudad, uno que hablara desde lo contemporáneo, lo consciente y lo auténtico.

Todos sabemos que Francia es sinónimo de alta cocina, pero también esconde joyas que escapan al cliché de las cafeterías y los bistrós. En mi búsqueda entre recomendaciones digitales y consejos callejeros, un nombre empezó a repetirse: La Table de Colette.

Hice la reserva a través de su sitio web y me dirigí al Arrondissement du Panthéon, el distrito más antiguo de París, originalmente construido por los romanos. Este distrito, uno de los cinco históricos de la ciudad, alberga el célebre Barrio Latino con calles estrechas que conducen al imponente Panteón. Mientras caminaba por este entorno lleno de historia encontré la fachada del restaurante: discreta, clara, con el nombre en letras doradas, pero sin pretensiones. Un espacio que sabe lo que vale sin necesidad de anunciarlo.



Al entrar, me recibieron con una sonrisa cálida, natural y esa cortesía francesa que roza la perfección. El ambiente era íntimo y se respiraba calma, con luces suaves y decoración minimalista. Aunque me ofrecieron una mesa en el interior, la terraza llamó aún más mi atención. París a fines del verano tenía el clima perfecto para comer al aire libre y desde ahí podía ver al equipo de cocina en plena acción.


El chef Josselin Marie, alma del proyecto, lidera una cocina abierta al comensal con grandes ventanales donde se percibe el respeto con que se prepara cada plato. A veces se acerca a conversar con los comensales y compartir su visión: una propuesta que se inspira en productos de  temporada provenientes de su huerto y granja costera, una cocina donde lo vegetal no es acompañamiento sino protagonista, y la unión de pasión, técnica y compromiso ambiental, construyendo una identidad sin recurrir a excesos.



El equipo de sala, impecable y cercano, me explicó las alternativas: menús de 3, 5 o 7 tiempos, cada uno cuidadosamente diseñado para contar una historia gastronómica coherente y sostenible. Elegí el menú de 3 tiempos (45,00 €, aproximadamente cuarenta y ocho mil pesos chilenos) con maridaje (35,00 €, treinta y siete mil pesos chilenos), sin leer descripciones y entregándome confiado a la idea de que cada plato tendría una intención clara.

Comenzamos con una secuencia de amuse-bouche que resumieron en tres bocados la esencia vegetal de la casa: zanahoria ahumada, betarraga picante y apio nabo dulce, montados con precisión sobre un tuile crujiente. Una focaccia artesanal y mantequilla infusionada acompañaron esta bienvenida sutil y elegante.



El primer plato fue una celebración al mismo ingrediente: un tomate verde relleno con su propia salsa dulce y mertensia marítima (hierba con un ligero sabor a ostras), sobre una base de focaccia y coronado con una lámina confitada de tomate rojo. Un juego de texturas y temperaturas que sorprendió desde el primer bocado.

Le siguió una flor de zapallo rellena de berenjena asada, servida caliente, en contraste con una corona fría de spaghetti de zucchini, pepino encurtido y una emulsión de mantequilla y aceite verde. Una mezcla perfecta de rusticidad y frescura.

El plato principal fue una merluza del sur de Francia en sous vide (cocción lenta). La acompañaba un crujiente de papa y queso sobre una salsa sedosa de mantequilla y aceite verde. Técnica, sabor y respeto por el producto en su máxima expresión.



Aunque el postre no estaba incluido me dejé tentar y valió la pena: bizcocho de almendra y avena, chantilly y salsa de cassis (grosella negra), polvo de mate y crocante de almendra. Un cierre fragante y equilibrado. Para terminar, un espresso y tres petit fours que sellaron la experiencia con delicadeza: bizcocho de almendra, tulipa con caramelo salado y algas, y una trufa con centro líquido de limón.



El maridaje fue otro acierto. Los vinos seleccionados armonizaron perfectamente con los platos de este menú de temporada. Nos presentaron un Château-Thébaud 2018 (Domaine Haute Févrie, de viñas entre 50 y 75 años) que con su mineralidad, textura untuosa y acidez equilibrada realzó la frescura del tomate y la salinidad de la mertensia marítima. El Ventoux 2022 (Château Cedrus), aromático y con notas a almendra y flores blancas, complementó con sutileza el plato de flor de zapallo y spaghettis de zuchinni. El Bollenberg Neuberg 2023 (Domaine Camille Braun), con su aroma a frutos rojos y una acidez vibrante, acompañó con elegancia a la merluza pero brilló aún más con el postre.



Esa tarde, La Table de Colette me mostró una Francia que honra su tradición pero que también se proyecta hacia el futuro. Una alta cocina que no busca deslumbrar, sino comunicar. Cada plato fue un gesto del presente, una declaración del futuro y una nueva definición de lujo: el coherente y comprometido genuinamente con la sostenibilidad.

Reconocido por la Guía Michelin en 2021, este restaurante destaca por su excelencia culinaria y por ser el primero en París dentro de la alta cocina, completamente eco-responsable y con huella de carbono cero. Una hazaña ética del chef Josselin Marie y su equipo, que redefine lo que significa comer bien en el siglo XXI.



Si visitas París no te conformes con lo predecible. Atrévete a cruzar esa puerta discreta en el Barrio Latino y déjate guiar por la visión de Josselin Marie, porque en tiempos donde comer bien ya no es suficiente, lo que importa es comer con sentido

¿Estás listo para vivir una experiencia gastronómica que transforma?


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¡Nos vemos en la próxima mesa!

LA TABLE DE COLETTE. 17 rue Laplace 75005, París (Francia). Lunes a viernes 12:00 a 13:30 / 19:30 a 21:15. Para conocer más sobre esta inolvidable experiencia visita su perfil de Instagram @latabledecoletteparis y su página web www.latabledecolette.fr .

PASTA WITH GRANDMA: Cocina Italiana desde el corazón de una Nonna

by mayo 06, 2025

 

Cuando pensamos en viajar a Europa, y especialmente a Italia, lo primero que imaginamos son sus monumentos majestuosos, esculturas milenarias, trattorias con toldos a rayas, gelaterias artesanales con sabores curiosos y restaurantes premiados o con estrellas Michelin. Todo eso, por supuesto, existe y deslumbra. Pero no es ahí donde se encuentra el verdadero corazón de la cocina italiana. La Italia que deja huellas profundas no siempre aparece en postales ni en guías de viaje. Vive entre calles tranquilas, detrás de puertas sencillas y sobremesas familiares. Es esa Italia invisible al turista apurado, pero inolvidable para quien se toma el tiempo de mirar más allá del plato.


Viajé a Roma con la intención de probar lo mejor: restaurantes aclamados, platos firmados por chefs reconocidos y experiencias gourmet. En medio de esa búsqueda encontré algo inesperado, algo sin estrellas pero con alma. Fue en un lugar apartado del circuito turístico donde entendí que la verdadera cocina italiana a veces viene en una fuente de loza gastada, acompañada de historias y recuerdos.

Si alguna vez sueñas con conocer Italia a través de sus sabores más auténticos, sigue leyendo, porque lo que descubrí fue más que un plato: fue una manera de vivir, de compartir, de recordar… Y te prometo que vale la pena ir en su búsqueda.

A sólo 40 kilómetros de Roma se encuentra Palombara Sabina, un encantador pueblo de la región del Lacio que guarda secretos para ser contados y también saboreados. Mucho antes de que Roma se levantara como la ciudad legendaria que hoy conocemos, estas colinas ya eran habitadas por los sabinos, un antiguo pueblo itálico cuyo legado sigue vivo en la memoria de sus piedras, en el sabor de sus productos y en el mito fundacional del rapto de las sabinas (episodio en que los romanos tomaron a las mujeres del pueblo para asegurar su civilización).


Los alrededores de este pueblito están custodiados por olivos centenarios que han sido testigos de imperios, cosechas y de recetas transmitidas por generaciones. De sus frutos nace uno de los tesoros más preciados de Italia: el Aceite de Oliva Sabina DOP, orgullo regional y uno de los más antiguos y puros del país. De sabor intenso pero equilibrado, con un dejo afrutado y un toque picante (en los aceites más jóvenes), es el resultado de una tradición que se honra desde el cultivo hasta la prensa. Por siglos, los sabinos le atribuyeron propiedades medicinales y cosméticas, curando heridas, calmando dolores y nutriendo la piel, por lo que aquí el aceite no es sólo un ingrediente: es un legado y cada gota expresa la sabiduría de esta tierra.

Palombara Sabina se ha ganado un lugar especial en el corazón de quienes buscamos experiencias culinarias auténticas y gran parte de ese encanto se lo debe a la historia y a las manos de Nonna Nerina. Matriarca de espíritu vivaz y alma generosa, nació y creció en este pintoresco pueblo, aprendiendo de su madre y su abuela los secretos de la cocina tradicional: preparar pasta fresca a mano, sin máquinas, con dedicación, paciencia y amor. Durante años cocinó para su familia transmitiendo su sabiduría al calor de la cocina, entre risas, aromas y conversaciones.


Su nieta Chiara, inspirada por esos recuerdos, se hizo una pregunta tan sencilla como poderosa: ¿Y si los visitantes pudieran vivir esa misma experiencia, cocinando con su abuela, como si fueran parte de la familia?

Así nació Pasta con la Nonna” (Pasta with Grandma), una experiencia única que invitaba a personas de todo el mundo a preparar pasta casera junto a Nonna Nerina en la intimidad de su cocina. Con el tiempo otras abuelas del pueblo se sumaron al proyecto, trayendo consigo recetas, anécdotas y sazón. Lo que empezó como una iniciativa familiar se convirtió en un símbolo de identidad local, impregnado de espíritu comunitario, uniendo generaciones y convertido en una de las experiencias más entrañables que ofrece la región.

Durante la pandemia, Chiara adaptó el proyecto al formato online. Desde sus casas, personas de todo el mundo siguieron conectándose con estas adorables nonnas a través de Zoom. Lo que parecía una simple clase de cocina se transformó en una plataforma de turismo emocional y social que no sólo mantuvo vivas las tradiciones, sino que generó ingresos para la comunidad y dio visibilidad al rol vital de las personas mayores.

Nonna Nerina dejó este mundo, pero su legado sigue vivo como símbolo de la cocina italiana, de sabiduría ancestral y de una verdad esencial: los ingredientes más simples, como el amor y la memoria, son los que realmente dan sabor a la vida.


MANOS A LA MASA: Mi experiencia cocinando con Nonna Marguerita

Desde la estación Roma Termini tomé el tren con destino a la estación Pianabella di Montelibretti. En apenas una hora, el bullicio de la ciudad va quedando atrás y el paisaje se transforma: las construcciones modernas dan paso a colinas suaves, casitas dispersas, terrenos con olivos y una calma envolvente que anuncia la llegada a la campiña italiana.



Al llegar a la estación nos esperaba una van para trasladarnos hasta el corazón del pueblo. Es verano, el cielo está despejado y el calor se siente. En pocos minutos llegamos a Palombara Sabina: calles adoquinadas, casitas de piedra, aire puro y una tranquilidad que parece haber detenido el tiempo. Camila, nuestra guía, nos recibe frente a la iglesia con una sonrisa cálida y un sonoro "Ciao!"Mientras caminamos nos comparte datos, historias y la fuerte conexión que los sabinos sienten por su tierra. 


Subimos por callecitas empinadas y estrechas, saludando a los vecinos, pasando por la casa original de Nonna Nerina (donde todo comenzó) hasta llegar a los pies del Castello Sabelli, una fortaleza del siglo XI que corona el pueblo y ofrece una vista digna de postal.



Luego de este recorrido, nos dirigimos a una casa en las afueras, rodeada de olivos y muros antiguos que parecen absorber siglos de historia. Allí nos esperaba nonna Marguerita, una abuela entrañable que reparte abrazos alrededor de una mesa con taralli (pequeñas rosquillas saladas), espumante de la región del Véneto, jugo de arándanos casero y bruschettas recién horneadas con tomate San Marzano y el aceite de oliva local. Una bienvenida que derrite cualquier formalidad. Aunque nonna Marguerita no habla español su calidez lo dice todo, y Camila será nuestro nexo en esta aventura que desde el primer momento se anuncia como algo más que una clase de cocina.

Entramos a un salón con mesas dispuestas en forma perimetral y preparadas con esmero: ingredientes frescos, utensilios brillantes y delantales impecables. Al centro, la mesa de nonna Marguerita, con ella sonriendo y mirándonos con ternura mientras dice: “Andiamo, facciamo la pasta!”. Su voz marca el inicio de la receta y nos abre la puerta a una tradición viva.


Semolina, huevos, manos en la masa, concentración y risas. Aprendemos a formar el clásico volcán de semolina, a romper los huevos con seguridad y a reconocer la textura bajo nuestros dedos. Amasamos con las manos, trabajamos la masa con un rodillo tradicional y la estiramos con delicadeza, ajustando el grosor según el tipo de pasta. Nonna Marguerita nos guía con paciencia, paso a paso, compartiendo un conocimiento que no está escrito en ningún libro.

Preparamos tres tipos de pasta: Tagliatelle, cortados a cuchillo; Farfalle, con su forma tradicional de mariposa (como pequeñas corbatitas) y Ravioli, rellenos de ricota y espinaca (mezcla que nuestra la nonna preparó antes de nuestra llegada). Cada gesto, consejo e historia que ella comparte transforma la clase en una celebración a la memoria y al sabor.



Cuando la pasta está en su punto, la mesa puesta y los platos servidos, nos sentamos juntos y como si fuera lo más natural del mundo comenzamos a compartir lo que hemos creado. Nonna Margue presenta los platos en tres tiempos: primero Ravioli al burro e salvia (ravioli con mantequilla y salvia), Tagliatelle al pomodoro e parmigiano (tagliatelle con salsa de tomate y queso parmesano), y por último Farfalle pistacchio pesto (farfalle con pesto de pistacho). Entre brindis, anécdotas y platos que se vacían con rapidez, surge una sensación difícil de describir: pertenencia. La pasta tiene otro sabor, sabe a hogar, aunque no sea el nuestro.


El almuerzo termina con un espresso e una tazza di gelato al limone (café espresso y una copa de helado de limón), porque ninguna nonna deja ir a sus invitados sin postre. Nos despedimos con abrazos sinceros, una libreta mental llena de historias y el corazón a saltos. No sé si fue el espumante o la voz de nonna Margue, contando cómo su historia se ha tejido entre fogones, pero sentí un nudo en la garganta. Pensé en mi abuela, en esas recetas nunca anotadas, en los gestos que ya no supe imitar, en los aromas de su cocina y en los sabores que se fueron con ella.

"Pasta con la Nonna" (Pasta With Grandma") me recordó que cocinar es repetir un gesto que alguien hizo antes por amor. Es memoria, legado y presencia. Esta experiencia no es una simple clase: es una inmersión cultural que se vive con las manos, los sentidos y el alma por medio de secretos atesorados y afectos compartidos alrededor de una mesa. Me fui con los dedos manchados de harina, el alma ligera y el corazón más lleno que el plato. Porque a veces, lo simple se vuelve sagrado y una cucharada de historia basta para volver a creer en la magia de la cocina.

Nonna Margue dice que "il segreto della buona pasta è nel cuore" (el secreto de una buena pasta está en el corazón)… Nosotros creemos que también está en compartirla.


Si llegaste hasta aquí es porque sabes que la cocina también puede ser una forma de viajar, de honrar la memoria y de reecontrarnos con lo esencial… ¿Y a ti qué sabor te lleva de regreso a casa?

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¡Nos vemos en la próxima mesa!


PASTA WITH GRANDMA. Via del Plebiscito, 4 - 00018 Palombara Sabina, Roma (Italia). Para conocer más sobre esta inolvidable experiencia visita su perfil de Instagram @pastawithgrandma y su página web www.nonnas.it .

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